- Autor: Pau Arenós
- Fecha de publicación: 29 de junio del 2021
- Medio: El Períodico
En una finca con bosques de pinos frente al mar, Oscar Manresa ha prendido fuego a una parrilla y a platos con salero que prepara Andrés Conde
El último plato que llega, antes de los postres, es el más deseado de la comida en Catalina, el nuevo restaurante de Oscar Manresa: el rodaballo a la parrilla al estilo de Getaria, al estilo de Elkano.
Para mí, el rodaballo de Elkano es un ser superior, de podio, de libro con título idiota: platos que hay que comer antes de morir. ¡Platos que hay que comer para saber vivir!
Ha coincidido la apertura de Catalina con la publicación de ‘La barbacoa’ (Debate), obra conjunta de Manresa y del periodista Toni Garcia Ramon sobre el arte del chamuscamiento consciente.
Brasas en Gavà Mar, pinos, brisa, dunas, la banda sonora de las olas al otro lado del bosque. Porque Catalina ocupa los 24.000 metros cuadrados donde en su día reinaron Les Marines y el fallecido Pepe Tejero, que tuvo una estrella Michelin que pocos recuerdan.
La terraza de Catalina, establecimiento que toma el nombre de la madre de Oscar, es Suiza, territorio neutral donde las llamaradas solares retroceden.
Qué bien se está metidos en la arboleda.
A la dirección del establecimiento, Nicole Manresa, y a los mandos de la cocina, Andrés Conde, que fue jefe de cocina de Tickets. Andrés tiene hambre, ideas, ambición, y Oscar, ganas de lanzarse por ese tobogán. Nicole es la ecuanimidad necesaria.
“Restaurante de pescado con buena brasa”, concreta Oscar, y dice: “Es como si estuvieras de vacaciones”. Y al pronunciar “vacaciones”, los ojos son bengalas.
En la cubitera colmada de hielos, asoma la garnacha blanca de L’Enclòs de Peralba Les Camades 2018, trabajo de los más jóvenes de la familia Gramona, Roc y Leo.
Y, en la mesa, comienzan las vacaciones: la sandía impregnada de sangría, el gazpacho de jalapeños, que bebe de Dabiz Muñoz, con fresones, fresitas y encurtidos; la ensalada de cherrys con remolacha gelatinizada, aceite de albahaca y ajoblanco. Esos entrantes son un trío ganador: acidez y dulzura estivales.
El rodaballo a la parrilla de Catalina./PAU MARTÍ
La ensaladilla de cangrejo real, trocitos de gamba, mayonesa y patata rallada es tan buena que te olvidas del prescindible soporte con la forma del crustáceo. Qué manía con los recipientes escenográficos.
Bien por las navajas con avellanas, y rechazo al espray con limón, que hay que ‘flitar’ en la boca. Y qué mejillones, carnosos y cantarines salseados con fino Tío Pepe.
Ah, las gambas, enrojecidas sobre las ascuas como turistas sin protección.
De postre, el pastel de chocolate, según la fórmula de Pierre Hermé, y un plato de fruta cortada al momento, lo que es meritorio.
El rodaballo: vayamos, por fin, al pescado de inquietante mirada.
La referencia a Elkano del inicio es porque fue Pedro Arregui, el padre de Aitor, quien en 1967 tuvo la osadía de aprisionarlo en una besuguera y tumbarlo sobre hierros, y ese gesto fue transformador y repetido por otros.
El pez romboidal de Catalina conecta con aquel, aunque proviene de una piscifactoría.
El resultado, sin embargo, es satisfactorio, con menos colágeno, claro, y con un precio, tamaño y peso regulares porque es de cría: 1.200 gramos (60 €, para compartir).
Mezcla de carbón de marabú y leña de encina, diez minutos por cara y, fuera del fuego, extracción de la espina dorsal y baño con la llamada ‘agua de Lourdes’, también conocida como ‘que le/lo/la parió’: una vinagreta con aceite, guindilla, vinagre y limón (la fórmula de Elkano es secreta y seguro que no lleva guindilla).
Sin miedo, con los dedos, pringando las yemas, chupeteando espinas, la inmersión en las aguas mansas de pescado y gelatina y altas temperaturas.